sábado, 10 de septiembre de 2011

La divina duda (El animal divino)

Existe una diferencia radical entre el Jesús individualista del “sermón de la montaña” y el Jesús de la pasión, aquel que es emblema de la humanidad entera, y sobre el cual se asienta la religión cristiana. En el sermón de la montaña, que leemos en el evangelio de San Mateo, existe el hombre solo ante Dios, al cual brinda su oración sin más necesidad que la privacidad de su alma, aunque también se hable de la oración en común. Lo paradojal de Cristo creo que surge de la interpretación que de él hacen los evangelistas; Cristo es ante todo un hombre ante Dios y su destino, mientras que los evangelistas nos lo presentan como un hombre, hijo de Dios, en su devenir ante todos los hombres. El mesianismo en Cristo, como todo en él, es otorgado por añadidura, como se desprende del sermón de la montaña, eje de la prédica de Jesucristo.
            La hermenéutica debe basarse principalmente en el análisis de las paradojas, existirán paradojas propias del discurso del personaje, que clarifican sus dudas y temores más profundos, o paradojas del tipo que he expuesto, que surgen de los interpretes de la palabra de Cristo —a estos les interesa hacer religión, unir lo que está disperso, mientras que a Cristo lo que le interesa es la palabra, la visión mesiánica de que Dios está ya entre los hombres, idea excesivamente conturbadora para que pueda ser transmitida así como así, sin su adecuado ritual. Los seguidores de Cristo adecuaron el logos a las exigencias sociales e históricas.
            Con la expresión Hijo del Hombre Jesús confirmaba su naturaleza humana. Fue Pedro quien primero confirmó la naturaleza divina de Cristo, precisamente la misma persona sobre la que se asentaría la Iglesia. La taumaturgia de Jesús era secreta, Jesús decía a las personas que sanaba que se cuidasen de decírselo a nadie —el verdadero Jesús buscaba el secreto, no poseía orgullo y quería pasar desapercibido, el verdadero mensaje era Dios, su teofanía, él no era más que un hijo de los hombres, a pesar de su insólito destino. Quizás el inmenso brillo del Jesús hombre, que eclipsó al resto de los profetas, fue que nunca buscó fama o notoriedad, la cual le fue concedida por añadidura.
            Jesucristo es un individualista. Al contrario de la religión semita no busca a priori los comportamientos adecuados para todos los hombres de una sociedad, la moral de grupo. Los israelitas decidieron adoptar un Dios único después de la huida de Egipto, manifestando así una voluntad de poder colectiva que intenta zafarse de una dominación inaguantable. Cristo busca la conversión de animal humano en animal divino. La oración, la adoración, dedicadas al Señor, deben ser secretas, solitarias —la perfección se consigue mejorándose uno mismo, sin necesidad de imponerse sobre los demás. Un acto de piedad como el dar limosna no debe ser hecho ante la vista de la congregación, como si fuera un potolache, una muestra de vanidad. La Iglesia convertirá la “Religión del hombre” en la “Religión de la congregación cristiana”. El animal divino lo es porque está más cerca de Dios, está más lejos no sólo de su propia naturaleza de bestia, sino también del resto de los hombres.
La frontera que separa a Cristo de ser un individualista a un colectivista es oscilante pero firme, en su boca parece no haber más palabras que para Dios, un hombre es un accidente, una añadidura de la creación divina, su sociedad una mera convención; el discurso social de Cristo es circunstancial, diría incluso que accidental, lo que a él le interesa es el reino de Dios, no el de los hombres.  Según Jeremías el espíritu de Dios reside en el corazón de la gente. En las filosofías orientales sucede lo contrario, Dios ocupa un segundo plano, y en un primer plano se destacan los hombres como grupo. Para Buda el individualismo es el gran mal de los hombres, en la iluminación el sacrificio personal sólo es válido en la medida en que sirve para iluminar a otros hombres. En Confucio, como buen chino, existe una exaltación de la política de hormiguero.
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Existe en la teología clásica las denominaciones hombre síquico o carnal, que es una apreciación del animal humano, mientras que el hombre espiritual sería el que yo denomino animal divino. Confucio dice que el hombre superior ama su alma, mientras que el inferior ama sus bienes. En una leyenda de los bubis, pueblo que habita en la isla de Bioko, cuando los hombres, que vivían junto a los animales, comienzan a llevar una vida aparte de los mismos, es entonces cuando los espíritus acuden a enseñar a los hombres lo que necesitaban para su nueva vida. Entre otras cosas les enseñan cómo hacer el fuego y cómo cultivar el ñame. La dicotomía hombre-animal está visible en todas las culturas. Algunos bubis creen que fue el primer acto sexual, hecho animal, el origen de los males de la humanidad. Jesús dice: no es lo que entra por la boca lo que hace impuro, “lo material”, sino lo que sale por la boca, “la palabra”, “lo espiritual”. Para Cristo lo importante es el deseo, no los objetos en que se encarna, abstracción típica del animal divino.
Jesús proclama el amor fraterno hacia todos los hombres, lo cual no indica sólo que exista una hipertrofia del IIS (Instinto de Integración Social), de alguien que sólo es capaz de pensar en el bien común y se olvida  de su propio bienestar; la peculiaridad de Cristo es que es un animal divino hipertrofiado, su VP (Voluntad de Poder) está volcada sobre sí mismo, sobre Dios. Lo que no indica que sólo es capaz de pensar teniendo a Dios como medida, sino que indica que es capaz de pensar más allá de la medida del hombre, absorto en la metaestructura. La palabra religión viene del latín religare, volver a ligar las cosas sueltas; de donde la religión=VP colectiva, es lo que amalgama las VP individuales. Cristo es la personificación de la religión, su VP individual refleja la del resto de los hombres.
Jesucristo demuestra amor por los enemigos y por los pecadores, el diablo, el enemigo natural de Dios, es escarnecido. Este comportamiento no deja de trastornar las estructuras morales de cualquier sociedad. Cuando la VP se vuelca completamente sobre sí misma, ni siquiera expresa un temor hacia aquello que la niega desde fuera, pues afuera ya no existen signos que trastornen el caudal de deseos de la VP. No es que Cristo se considere superior a los demás, pues ni siquiera forma parte de los demás, es el hombre espiritual hipertrofiado. Su insaciable anhelo de Dios es su monoidea.
No vale decir, como hizo Nietzsche, que el cristianismo vence por ser una religión para las clases oprimidas. Siempre han existido movimientos mesiánicos de este tipo, en el fondo todo mesianismo es un germen de rebelión. El triunfo del cristianismo se debe a la calidad y originalidad de las ideas que expone. Los evangelios aportan un material retórico a través del cual el mito del Mesías trasciende su mero contenido de ideas, adquiere un formato artístico. En último término la propagación de las ideas es siempre una cuestión de estética. La simbología cristiana es muy atrayente.
En una tesitura similar Borges argumentó que los textos hebreos del antiguo testamento, si tenemos en cuenta que su calidad artística es muy superior a la del resto de la literatura hebraica, verdaderamente parecen inspirados. Es indudable que la importancia sagrada de los textos no sólo se refuerza por su contexto histórico, su calidad literaria juega un papel fundamental.
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           El amor a Dios sobre todas las cosas conduce a Cristo a una hipertrofia de su IIS, primero el amor a Dios, luego el amor sin reservas hacia el hombre. Una doctrina sustentada en una hipertrofia del IIS demuestra tener unas cualidades extraordinarias para la conservación y propagación de la comunidad. Por supuesto que en la práctica casi nadie ofrece la otra mejilla, pero el sustrato conceptual está siempre latente, y su papel regulador en los acontecimientos sociales es inmejorable. El hombre ya no es lobo para el hombre, sino cordero, aunque el lobo que está agazapado puede saltar cuando el momento lo precisa —el odio se convierte pues en una manera de actuar contraria a la norma, sólo aceptable excepcionalmente. En la religión del amor incluso los parias encuentran su lugar, no existe ningún hombre que no sea amado por Dios. Jesús dice a sus seguidores que deben ser como niños, sed como niños que aman y son amados por su Padre, por Dios. La imagen del niño es semejante a la del cordero.
            Nótese la diferencia entre Buda y Cristo, éste propugna el amor, no rechaza el deseo, sin embargo para el budismo el hombre no es sino su deseo; aquel que no tiene ningún deseo es brahmán y entra en brahmán, en el budismo el amor y el odio son estériles.
            Para Nietzsche la conducta de Cristo, el amor a todo trance, es un comportamiento enfermizo y pueril; sólo el Anticristo, el ser que carece de IIS, puede pensar de esta manera. En él la hipertrofia es de la VPI, por eso para el Anticristo no existe Dios, sólo el individuo, más bestia que hombre por ser acción pura y escasa duda.
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            Jesús gusta de expresarse a través de las parábolas, figuras retóricas con las que bordea las cuestiones que se le interpelan. En las palabras de Jesús abunda el mito, no da respuestas, no plantea soluciones concretas, su discurso es un continuo juego de palabras con el que se escabulle de la realidad y escamotea el firme desde donde asentar unos conceptos: la palabra de Jesús vive plenamente en la realidad del mito. No es válida porque plantee un pensamiento sólido, lo es porque plantea un discurso mitológico, que a través de la estética narrativa representada por la parábola erige una narración sobre la que sus interlocutores pueden fácilmente proyectar su VP y reconocerse en ella. De la boca de Jesús surgen pequeñas narraciones poéticas, mitos debidamente adaptados a las circunstancias. Se podría definir la parábola como una unidad del mito, una expresión muy pura del mismo. Por esta razón la palabra de Cristo ha sido más efectiva que si se hubiese expresado mediante los conceptos de un discurso filosófico o político. No por casualidad en arameo la palabra para nombrar la parábola es “mathla”=el enigma. Lo esencial de un mito es el misterio que encierra.
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            A pesar de ser un taumaturgo Jesús desprecia los signos de poder externos, que son los propios de animal humano. Se diría que los milagros de Jesús se manifiestan a su pesar, en el sentido de que él es un espejo donde los reflejos torcidos de aquellos que buscan en él un prodigio se enderezan no por la voluntad de Jesús sino por su propia voluntad fortalecida a través de él. Jesús no se distingue por un proselitismo furibundo. Expresiones como “no lo digáis a nadie” o “que lo entienda el que puede” son muy significativas, como animal divino huye de imponerse sobre los demás. Actos de furor como la expulsión de los mercaderes del templo son paradójicos, Jesús nunca deja de se ser un hombre, de ahí la grandeza de su discurso, incluso al morir en la cruz recrimina a Dios por haberle abandonado —es un hombre hasta el último momento. La violencia de Jesús contra los mercaderes nace de una irreverencia cometida contra Dios, no contra Jesucristo. Jesús sólo podía responder agresivamente, con un acto de imposición, cuando se pusieran en juicio su límpida imagen de Dios por medio de los despojos del animal humano.
            Jesús entra en una espiral en la que va destruyendo su VP, que a predecir su muerte, su definitiva aniquilación. Lo ha ido negando todo: la familia, el poder, la mujer, hasta llega a negar su propio reconocimiento como Mesías y su propagación por los apóstoles, de hecho en un determinado momento Jesús dice a los doce que no deben comunicar a nadie que él es el Mesías. Una vez su VP ha asimilado a Dios completamente ha llegado a completarse en sí misma, ya sólo le resta morir.
            No vemos a Jesús como un individuo, sino como una generalización hipertrófica del IIS; el hijo del hombre es cualquier hombre, es todos los hombres. Cuando Jesús habla de sí como del hijo del hombre lo que hace es destruir su VP individual. Después de renegar de todo sólo lo resta renegar de la vida, en otro caso inverso de animal divino la renuncia total podría abrir las puertas a la vida, es el caso de Buda.
            Jesús definitivamente al carecer de VP individual pero al poseer un IIS tan elevado se convierte en un espejo a través del que trascienden todos los que en él se miran. No impone una doctrina, o mejor, su doctrina es su propia realidad, pues a través de él el hombre puede salvarse. Jesús dice: “El que crea en mí hará él también las obras que yo hago, y aún mayores.” La propia visión de Cristo como espejo de la VP de los demás. Jesús es el vehículo, el camino hacia Dios, no es VP, es el espejo donde la VP debe reflejarse. Como todo ídolo es expresión de la VP colectiva.
            La idea de la resurrección es hija del IS, pero en el caso de Jesús es sólo un colofón del mensaje, una efímera guinda con la que acaba de destruir su papel humano —puede revivir, puede resucitar, así lo manifiesta, mas tan pronto afirma esa posibilidad la niega: vuelve a la vida con la sola intención de desaparecer al instante. El animal divino aniquila su VPI, de que ahí que piense como conjunto, con una VPC. Por otro lado la aniquilación de la VPI de consigue anulando los deseos del animal humano, en definitiva la VP del animal divino puede ser, tal es el caso, una vía negativa, que al destruir la iniciativa sobre los objetos del deseo se convierte ella misma en objeto transcendente del deseo —el animal humano evoluciona al ser mejor que los otros, el animal divino evoluciona al ser mejor que sí mismo. Para Heráclito la misión del alma es conocer el logos universal, el logos en Cristo es la carne hecha mensaje, el mensaje en sí mismo. Para Confucio el hombre vulgar lo espera todo de los demás, el noble es exigente consigo mismo, posee firmes convicciones, mas se muestra comprensivo con las opiniones de los demás y no discute con nadie. Cristo evita la discusión con la parábola, crea el mito para trascender el logos. El noble vive en paz con los hombres, pero se halla por encima de todos ellos.
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            El diablo es la bestia, lo animal, su fuerza e imperio, lo divino es como signo natural la negación de lo animal, los propios deseos se dirigen a un deseo único, Dios, término de incertidumbre entre el signo animal, la bestia, y el signo antrópico, el hombre, la humanidad. Existe una disyunción, verdadera esquizofrenia de conceptos, entre estos dos signos; y paralelamente también existe disyunción entre el yo y el otro, considerados animal o antrópicamente. Para evitar esta esquizofrenia conceptual en que oscila el pensamiento humano constantemente, surge Dios, que es la hendidura, el término de incertidumbre, lo que no es una cosa ni otra, el centro desde el que oscila el otro y el mismo. Cristo se expresa en parábolas, en enigmas, crea a su alrededor el término de incertidumbre, llega incluso a crear el término de incertidumbre en su propia persona; es el elegido pero viene a servir, no a ser servido, expresa que cada cual crea lo que quiera sobre su persona, es el mesías pero no practica un proselitismo riguroso; Jesús obra siempre creando incertidumbre, pues sabe instintivamente que de ella surge el concepto de Dios. Él dijo: “dejad que los muertos entierren a sus muertos.”
            Conscientemente lo llamamos Dios, inconscientemente es la duda instintiva creada entre yo, mi voluntad, y mi instinto social. Por tanto Dios es la manifestación consciente de un término de incertidumbre, lo mismo que la fe o la verdad búdica.
            La divinidad es una esquizofrenia conceptual consciente y controlable, la personalidad social y la propia identidad del individuo están desgajadas, pues el centro, Dios, domina sobre el yo y el otro. Todos los místicos han quebrado su personalidad individual y social, y viven en una perpetua duda. En versos de Santa Teresa de Jesús la paradoja es clara: “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero.” Para un místico la fe es su vida, y la raíz sicológica de la fe es la duda. La oración es la melodía de esa duda, que es necesario estar repitiendo continuamente para  mantener la conciencia interior de la divinidad, la fe es tan poquita cosa y tanto a la vez: recordamos y olvidamos a Dios continuamente. La memoria del hombre es imperfecta, nuestro tiempo discontinuo. No se puede vivir constantemente en la duda, ello acabaría aniquilándonos, creer en Dios es un sentimiento placentero, pero requiere un esfuerzo, aceptar ciertas normas y convenciones; desde que ponemos los pies en el suelo dejamos de ver a Dios y nos vemos a nosotros o a los otros, con lo animal y lo estrictamente humano. La paradoja es obvia, creemos en Dios, en el término de incertidumbre, para erradicar la incertidumbre que nos causa la vida; con una incertidumbre nacida a nivel interno combatimos la incertidumbre del medio externo. Creemos en algo que no acepta las categorías básicas, no es animal ni hombre, pero que es ambos a la vez, bestia o ángel, y que no es ni yo ni los otros, pero que forma parte de mí y de los otros. Es en definitiva el término de incertidumbre, no es ni un elemento ni el otro, siendo los dos a la vez; a través de él se armonizan la esencia del animal y del hombre, del yo y del otro. Siendo nada se puede llegar a ser todo.
            Cuando Dios se hace hombre se convierte en el Mesías, la divina duda recae sobre un individuo, que en el caso de Cristo intenta inconscientemente acrecentar mediante la extrañeza de sus actos y dichos, los cuales a su vez han sido probablemente magnimizados por sus discípulos.
            Según el budismo zen, por el procedimiento llamado “satori” se llega a la verdad por una intuición brusca, mediante una respuesta ilógica; es algo que rebasa las categorías del pensamiento consciente. Otro ejercicio es pensar en la irrealidad de todo, que todo es ilusión o sueño. De lo que se trata en cualquier caso es de pensar más profundamente, de plantear una duda instintiva, no consciente, de llegar a soñar despiertos. El ejercicio místico para llegar a la iluminación es alcanzar la naturaleza del término de incertidumbre, sentir a Dios no conscientemente sino intuitivamente, para lo cual hay que desligar el pensamiento consciente del inconsciente. En ese momento, como en el sueño, el término de incertidumbre nos guía, y nos sentimos una simple pieza del cosmos; es decir, la iluminación es dejarnos dormir despiertos hasta sentir la plenitud de nuestros instintos. A propósito del Tao leemos: “Su forma es no forma, su imagen es ninguna, su nombre es misterio, afrontándole no tiene rostro, siguiéndolo no tiene espalda.”

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