miércoles, 28 de septiembre de 2011

La generación espontánea

“Loado sea Alá, que de agua sucia te formó.”
  (Corán, sura XXII, aleya 5)


Ninguna idea surge de manera espontánea en la mente humana, el hombre extrae todas sus ideas de la naturaleza, o lo que es lo mismo, todo nace como signo, como realidad física cognoscible.
En un principio en la formación de las cosmogonías intervendrán dos conceptos, que entendidos lógicamente forman una contradicción, un concepto atrae a su contrario y viceversa: la estrecha relación entre términos opuestos es una realidad antrópica innegable. Los conceptos a tratar aquí primeramente son todo y nada. Una cosmogonía es asimilable a la nada si se considera bajo el signo de la generación espontánea, el hombre puede apreciar que ciertos seres surgen verdaderamente de la nada; un condicionamiento fisiológico, la limitación de su vista le hace apreciar este fenómeno incierto como una realidad física, que en realidad sólo es antrópica. Con todo es un signo equívoco que ni siquiera ha desaparecido en nuestros días, si antes empleado por la mitología ahora por la propia ciencia. De hecho en la moderna electrodinámica cuántica se habla de partículas que surgen del vacío. El todo es la conceptualización del mundo en embrión, es la inmanencia de la metamorfosis, de la transformación, porque tiene la potencia de ser en sí mismo. Como signo natural es la metamorfosis; es la palabra griega psyche con su acepción de mariposa, en este caso como una realidad física verdadera. Como símbolo, como realidad antrópica, el todo es el demiurgo, el dios como esencia de lo creado, la manifestación conceptual del cosmos devenible; aquí a psyche sería aplicable su acepción de alma.
En numerosas cosmogonías se habla del mar como origen de los seres. Es indudable que para el hombre la generación que se produce en él, desconociendo la sexualidad de los peces y del resto de criaturas marinas, es una generación misteriosa, fácilmente asimilable a la generación espontánea. Cuando el agua se empoza se percibe con rapidez como surgen en ella una infinidad de gusarapos. Nótese que esta teoría de la generación de la vida en el mar coincide con la teoría científica en vigor.
En las mitologías de América Central se pensaba que al principio sólo existía el firmamento y el suelo inundado por agua. Entre los egipcios el caos se representa como un océano primordial oscuro y helado. Para los aborígenes de Norteamérica el globo habitable se había creado del lodo que surge de las aguas primaverales. Según la mitología japonesa la tierra en sus orígenes fue una gota de agua pérdida en el espacio. Para los hindúes al comienzo de los tiempos el gran Narayana se inclinaba sobre las aguas informes. Según Anaximandro de Mileto los primeros animales surgieron del agua o del limo calentado por el sol. En las cosmogonías existen confundidos los dos signos naturales: generación espontánea y metamorfosis. Para los babilonios en un principio existía la pareja primitiva, Tiamat-Apsu, las aguas inferiores y superiores, saladas y dulces, a través de entidades divinas cada vez más diferenciadas se llega a Mardruk, el demiurgo vencedor de Tiamat, que a partir del cuerpo de éste formará el mundo y luego al hombre.
El estado larvario de los seres primigenios es en ocasiones evidente. Según la cosmogonía fenicia después de aparecer la luz y la llama, aparecieron por último los relámpagos y el trueno; el estruendo de éste rompió la inmovilidad de las larvas, que desde entonces empezaron a agitarse en la tierra y en el mar. Para los dayak, en Borneo, en el comienzo de los tiempos una gran piedra cayó en el mar, los gusanos la royeron y produjeron la arena, que mezclada con el agua formó la tierra.
Dentro del signo de la transformación, ésta puede ser metamórfica, animal, o antrópica. Entonces los seres se moldean a partir de una materia preexistente, como el barro. O simplemente se transforman a partir de ella, como una semilla que germina. Según la cosmogonía zuñi en lo más profundo de las cuatro cuevas del mundo tomaron forma y crecieron las semillas de los hombres y de las criaturas. Para los caribes un ser en forma de araña, Camushini, creó a los hombres de asta de flecha y a las mujeres de mazorca de maíz. Para los maidu y los kiche de Centroamérica el hombre fue hecho a partir de la madera. En las tablas de la creación babilónica se cuenta que Mardruk formó con su propia sangre el cuerpo de un hombre. En Heliópolis se creía que el mundo había nacido de la masturbación de Atum, de cuyo semen se formó la primera pareja. Los muskayenos creían que al principio sólo eran visibles los desperdicios primitivos de las aguas. Según Anaximandro de Mileto los hombres descienden de los peces, pero la transformación no tiene que ser tan retorcida, ni mucho menos, para los uitotos, en Colombia, el hombre surge directamente del mono.
Existen semillas que encierran en su interior un mar primordial genésico, así es el huevo. Para los egipcios el huevo simboliza el germen de la generación, se dice que Ammón sacó al hombre de un huevo. Los chinos sostenían que el primer hombre se había formado en un huevo, que Tieu dejó caer del cielo y flotó sobre las aguas primordiales. Las tribus africanas dogon, bambara, malinke y bozo, dicen que en el huevo primordial concebido por el mismo Dios se desarrollaron las primeras criaturas de sexo opuesto. Estas criaturas eran peces —siluros— asimilables a los fetos humanos en las aguas de las matrices.
Los conceptos todo y nada se confunden en la mente con frecuencia. Como escribió Marco Aurelio, una vasija vacía no lo está realmente, pues está llena de aire. El pensamiento de la nada, del vacío, siempre se contamina con el del todo, con alguna sustancia o entidad que lo llena todo. Para los antiguos el caos o las aguas primigenias, para los físicos en tiempos no muy lejanos el éter. La mente humana parece aborrecer la idea de un vacío puro, lo que no es carece de interés porque no puede devenir. El hombre como la naturaleza precisa de materia para poder crear realidades. En último término la nada es para el hombre un todo con cierta homogeneidad sujeta a turbulencias, es decir, devenible. Esta realidad antrópica se podría definir como una materia preexistente carente de estructura.
En realidad la antítesis todo o nada se reduce a un mismo embrión conceptual, a un signo doble, al que hay que añadir el término de incertidumbre. Éste es el espacio intermedio entre los dos términos, positivo y negativo; representa a la vez a ambos y a ninguno, es la confusión de los conceptos. El pensamiento humano no se basa sólo en ceros y en unos, como un computador, entre uno y otro término hay siempre un espacio, la duda.
Dentro del término de incertidumbre penetra la potencia genésica, que quiebra el todo y la nada. Es la hendidura por la que se cuela el rayo, la luz, el calor, etc.; la chispa con la que el demiurgo crea las brasas del mundo, la vida. Según la cosmogonía puránica a partir de un primer estremecimiento en la inmovilidad del Ser, la naturaleza evoluciona a través de formas debidamente catalogadas.
En griego la palabra caos significa hendidura. El caos es lo indeterminado, el embrión conceptual desde el que puede surgir la antítesis todo-nada, la turbulencia primigenia que mueve las aguas enrarecidas donde surgen esporádicamente los primeros seres.  

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